ahí, justo en medio de la mejilla,
por allá donde paso el pulgar cuando trato de memorizar los límites, ángulos y vértices que forman su cara.
Tiene dos brazos de esos que abrazan como si más allá de mí, no hubiera nada;
como si fuera a huir y no me dejara;
como si yo pudiera, como si yo quisiera huir, qué gracia.
Y sus manos; joder,
cualquiera en su sano juicio querría perderse al pasear entre sus preciosos dedos infinitos,
que por si lo anterior no fuera suficiente,
encajan a la perfección al chocarse contra los míos.
También su cuello,
que mide lo mismo que tarda mi lengua en perder la saliva al recorrerlo.
Y si nada de esto consiguiera convenceros,
entonces -y solo entonces-
mencionaría eso de cuando medio sonríe;
que he fundado mi república independiente en las comisuras de las semi-sonrisas que emite
en esas décimas de segundo que gasto cuando le estoy besando,
porque entre beso y beso,
justo entonces mueve los labios.
Qué más contaros, si siempre es aquello que necesito;
y lo que más me gusta de él, es que de todo lo que es, aún sigue siendo mi mejor amigo.
Hasta cuando se enfada,
que su boca se transforma y sus ojos pierden la capacidad de mirar directamente a los míos,
aunque le estén esperando a medio camino.
Así que cualquier día de estos que decide pilotar el avión de mi espalda,
igual desaparezco porque me he subido al vuelo dirección lugar que él mismo traza;
mientras me acaricia a mí o a las cinco cuerdas de esa triste guitarra.
Y eso es todo por hoy,
que hoy ha terminado lloviendo -y no me refiero al otro lado de la ventana-
porque ahora que lo tengo después de no haberlo tenido durante tanto tiempo;
ahora es cuando no me va a quedar más remedio que echarle de menos.
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