Él: Dícese de la ausencia que llena todos los vacíos y cala hasta los huesos. Sujeto en extinción. Lo más parecido
a un siempre, y eso, que siempre fue un poco nunca. Intentó volar sin saber planear (y así nos fue). Sabe
dejarte en jaque. Se hace saber revolución, nación, utopía. Su risa te hacía reír y esas carcajadas sin aire se quedan grabadas en el tiempo. Es análogo al caos, al desastre. Es recuerdo. Le llaman herida. Es capaz, capaz
de traer el frío siberiano tan sólo con cerrar sus párpados, pues ya lo dije, la primavera vive en sus ojos.
Agnóstico-sentimental. El primer día del resto de mi vida. Abreviatura de nostalgia. Sonríe diferente. Es música
jazz. Lo deja todo a medias. No bebe cerveza, así no se acuerda de su pelo. Odia el ron. Posee lunares capaces
de ser puntos cardinales. No entiende de fronteras. Es lo que necesita la poesía. No busquéis sinónimos, pues no
los hay.
Yo: Dícese de la persona que tiene todos los huesos rellenos de ausencias. Que siempre le gustó jugar con fuego
y así acabó, hecha cenizas. Hace saberse sinestesia. Caótica. Escribe al desastre. Reloca siempre recuerda, como
chica busca chico, pero chica nunca encuentra y chico nunca espera. Dícese de quien desespera. Necesita puntos
de sutura. Le llaman invierno pues estuvo enamorada del frío. Nostálgica. Cree en un mundo más romántico,
más poético, más Cortázar, en la Maga, en la magia. Cree en la distancia si se trata del verbo crear y no creer.
Sonreía diferente cuando él estaba. Apoptóticamente sentimental. Suicida, masoca. Su piel estremece, se eriza
con música jazz. Rompe (con) las medias, ya sean naranjas o las que se puso el viernes por la noche con ganas
de comerse el mundo. Castaña como el café, labios sabor a ron. Esquiva lunares. Se pierde entre fronteras pues
ya no tiene puntos cardinales por los que guiarse. No hay poesía para estas musa(raña)s. No busca símiles, ni
sinónimos, ni respuestas.
Nosotros: Dícese de lo que no es. Eso que pasa durante la lluvia, y supongo que eso que conocemos por vida.
Todas las cosas que se cuentan en un sofá mientras el otro anda dormido y ni siquiera Morfeo logra entender.
Supieron comerse kilómetros, pero eso sí, acabaron bastante empachados. Se mueren entre nuestras risas o
entre nuestras sábanas y se conocían la Gran Vía agarrados a la cintura. Son polos opuestos, por ello se atraen
como imanes. Aquellos que se fumaron un invierno en caladas desordenadas demasiado rápido. Quienes andaron
con frenos rotos, y sin ruedines. Recogían segundos anclados a agujas que se encontraban en pajares y fueron
ellos mismos los que acabaron perdidos. Fueron puntos suspensivos desde que ya no acariciaban las mismas
playas. Eran los 5 minutos más. Los no me mires así que vamos a acabar creando galaxias en tu espalda. Los no
puedo, pero joder, cuanto quiero. Éramos el carpe diem que por cobarde no fue. “Lo nuestro” es algo que no
aparece en diccionarios y ni siquiera tú conoces su significado. Quizás, algún día, me atreva a explicar-nos-lo.
Siempre he dicho que las definiciones limitan. Hoy me limito.
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