sábado, 24 de octubre de 2015

A veces cuando todo va bien pienso en ti, porque hacerlo cuando todo va mal sería muy cobarde, y pienso en como me gustaría poder compartir esta felicidad intermitente contigo. No estoy mal, hay días buenos y otros no tan buenos, también hay días malos. Días en los que todo se amontona y crea un muro que me veo incapaz de derrumbar, pero en esos intento no acordarme de ti, porque haría todo más difícil, y no sería justo atribuirte a ti la culpa de tenerlos. Luego están esos otros, que no son días malos, pero son días tuyos. Son días en los que, haga lo que haga, pase lo que pase a mi alrededor, me haces falta; algunos hasta tal punto, que me paso el día ausente, deseando que acabe para que empiece otro, que aunque sea malo, no sea uno tuyo. Porque entre tu y yo, son los peores. 

Son días en que todo parece ir bien a mi alrededor y no me encuentro, no me encuentro porque te he perdido, porque por más que te busque no veo forma de que todo acabe bien, ni de que siga así. No veo forma de dejar de hacerme daño. Días en que, tengo más claro que nunca que no tienes ni la más mínima intención de volver, en que sé con el corazón hecho un puño, que no volveremos a reír juntos. 

Creo que son los peores porque dejo de vivir, tan solo espero, a que pasen. Me levanto con melancolía y aún con los ojos cerrados me maldigo porque sé qué pasa, sé que viene un día tuyo, y que no puedo hacer nada para evitarlo ni contrarrestarlo, sé que estaré sola aunque esté rodeada, y que nadie será capaz de encontrarme. Donde me limito a vagar por los pasillos como un cuerpo errante que anhela una utopía perdida. Días en los que siento que me pierdo, y que me han arrancado una parte de mí que no recuperaré. Nunca vemos lo destrozados que estamos hasta que nos intentamos recomponer; por eso en esos días me niego a luchar, a mentirme y obligarme a estar bien, porque es una batalla perdida, porque no lo estoy. Y aunque a tu conciencia le sería más fácil pensar que nada de todo aquello me hundió, la realidad es otra. Sé que es algo que me va a pasar, algo que ni si quiera yo voy a poder controlar. Y perder el control de mi misma, me mata lentamente. 

Yo, que llevaba tanto tiempo esquivando balas me dejé morir por un abrazo a destiempo. Cada día tuyo que tengo, me quita una parte de mí, y me acojona que al final no quede nada de lo que solía ser. Son esos en que el dolor me ciega cuando soy consciente de lo poco que sabía acerca de lo mucho que eras para mí. Y tú, que nunca llegaste a preguntarme qué tal estaba; y estoy tan agradecida como decepcionada por ello. Por eso cuando tengo uno de esos días, me dedico a esbozar sonrisas ausentes a la gente por los pasillos, a mirar al suelo y cerrar los ojos esperando que todo me venza de una vez por todas. A tener que dejar de luchar y fingir que sigo siendo de piedra. Porque hace mucho que no lo soy, hace mucho que ni si quiera soy de hielo; con posibilidad de derretirse. 
Que no puedo tenerte cerca porque siento que te pierdo de nuevo una y otra vez. Que no puedo, que no. Que no soy capaz de notar que me miras, porque me dan ganas de mirarte y suplicarte que te quedes, que esta vez, por favor te quedes. 
Porque al irte regresaste para ver como lidiaba con tu ausencia y aún así decidiste volver a marcharte. 

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