Acabo de cerrar la puerta justo
después de perder la mirada tras de ti;
es de valientes despedirse y no cerrar
justo después.
Me he dicho que no escribiría esto,
pero no se me ocurre un mejor modo
de seguir sintiéndote cerca.
Benditas palabras,
bendito papel,
bendita tu piel
y la tinta,
y las letras,
y las de tu nombre;
cómo se esparcen en mi boca,
cómo se derraman por los recuerdos,
cómo sonríen en tu ausencia,
cómo asesinan a la soledad.
Me he dicho que no escribiría esto,
pero acabo de cerrar la puerta
justo después de despedirnos,
desde cerca y luego desde lejos,
y no se me ocurre mejor consuelo
que el de poder escribir sobre ti
sin tener que haberte perdido.
"Tus ojos
cuando me miran,
son el mejor piropo",
dijiste un día;
yo sonreí,
porque no hay palabra,
ni tan siquiera mirada
que te abarque y se acerque a ti
sin insultar a la idea de lo que siento
cuando mis pupilas se clavan en las tuyas.
En noches como la de hoy,
en la que no estás
y mis brazos eléctricos
aún se sienten anudados a tu espalda,
la mortalidad se me clava en el esternón
y conquista todo mi pecho,
y sonrío
y pienso en que hay quien se sorprende
de la delicadeza de las flores
como si no supieran que un beso es capaz
de destruir un imperio.
En noches como la de hoy
sé que eres tú
porque tu recuerdo no se distorsiona.
En noches como la de hoy,
en las que me digo que no voy a escribirte,
en las que cierro la puerta tras esperar
a que vuelvas la esquina,
en las que sé que eres tú,
en las que no logro abarcarte ni en poemas;
en noches como la de hoy,
sé que te quiero
como quiero quererte
el resto de mi vida.
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