Dices que lo mejor es la distancia, que un mar es suficiente y que dar la vuelta al mundo por alguien no merece la pena. Quizá
el mundo deba darse la vuelta para que nos encontremos de nuevo. Pero ya está girando. El plato del microondas sigue dando
vueltas como la vida. Qué hay de toda esa tristeza que sobrevive en el fondo del café y en las ventanillas de los trenes. En los
bancos de los aeropuertos. Esa que se instala en el fondo del estómago y no te deja respirar, las putas despedidas que nos
arrancan el corazón a pedazos. Dices que no rompa más platos, qué culpa tienen ellos de que no hayamos ganado nuestra guerra. Digo que por fin ha llegado la paz. La distancia. Nadie habla de las cicatrices y de los heridos. Dices que la vida llegará
y arrasará con todo y a veces hay que tomar decisiones, que la felicidad está en los tejados y debo observarlos uno a uno. Que
llegará la paz, se instalará en mi regazo y aprenderé a vivir de nuevo.
Y yo no digo nada, solo te miro y pienso en aeropuertos. En que el vértigo también es despedirme de tu mirada para siempre, que la paz para el que la quiera, yo siempre preferí esa guerra cuerpo a cuerpo contigo. Que esta ciudad es increíble solo porque tú estás en ella, y que si he de irme, lo haré, pero no me pidas que deje de llover.
"Es como contemplar París desde el vagón de cola de un expreso que marcha en dirección contraria: a cada instante la ciudad se hace más y más pequeña, sólo que es uno quien se siente cada vez más y más pequeño y más y más solitario, alejándose a toda velocidad de aquellas luces y de aquella agitación, alejándose a cerca de un millón de kilómetros por hora."